lunes, 18 de marzo de 2024

LO QUE NO SE DICE SOBRE JAPON

 


Los crímenes de guerra y las atrocidades niponas durante la Segunda Guerra Mundial


Las tropas del emperador Hirohito llevaron el sufrimiento y la muerte a prisioneros de guerra y civiles por igual

Un soldado japonés sobre la carne humana: «Era rica y tierna. Creo que era más sabrosa que la de cerdo»



RODRIGO ALONSO

25/07/2017 




Las hostilidades en el Pacífico, enmarcadas dentro de la II Guerra Mundial , ejemplificaron a la perfección como un conflicto armado puede arrancarle de cuajo a un individuo hasta el más mínimo rastro de humanidad y compasión .

Tanto prisioneros de guerra como población civil tuvieron que sufrir durante su estancia en los campos de trabajo japoneses situaciones sumamente desagradables. Los nipones sometieron a sus víctimas al hambre, las vejaciones, la más pura y neta esclavitud y, en algunas ocasiones, a ser devorados por sus captores.


La infamia de la que hicieron uso las tropas del emperador durante el desarrollo del conflicto no tiene parangón en la historia militar mundial hasta la fecha.

Afán de conquista


La enemistad entre Estados Unidos y Japón tuvo como pistoletazo de salida la invasión de la Indochina francesa llevada a cabo por el país asiático en 1940 . Dicha ocupación provocó que el país norteamericano anulase los acuerdos comerciales firmados con el Imperio del Sol Naciente y el embargo del petróleo tan necesario para la deseada expansión nipona; la cual el país norteamericano quería evitar a toda costa. Si a esto le sumamos la firma del Pacto Tripartito con Alemania e Italia (27 de septiembre de 1940) , así como la sustitución del primer ministro Fumimaro Kone –incapaz de alcanzar un trato satisfactorio con la administración de Roosevelt– por el belicoso general Tojo Hideki en octubre de 1941, las condiciones para el inicio de las hostilidades en Pearl Harbor eran sumamente favorables.

Según la guerra se iba desarrollando, y tras varias derrotas japonesas de importante calado ( Midway, Guadalcanal o Iwo Jima ) se hizo evidente la incapacidad de los asiáticos para poder derrotar a la larga al país norteamericano, en parte debido a la falta de recursos que padecían.

Dicha carencia de suministros acabó siendo una de las motivaciones (aunque ni muchísimo menos la única) para las atrocidades cometidas. La práctica de la vileza , en la que los soldados japoneses demostraron ser auténticos maestros, estuvo íntimamente ligada con la asociación de la figura del emperador a la de un ser sobrenatural.

Violaciones en Nankín


Ya durante la ocupación de China , las fuerzas imperiales dejaron muestras más que evidentes de un comportamiento salvaje , repugnante e impropio de cualquier ser humano civilizado. Laurence Rees en su obra « El Holocausto asiático. Los crímenes japoneses en la Segunda Guerra Mundial » narra sucesos como los acaecidos en la masacre de Nankín (diciembre de 1937), durante la que –al margen de las violaciones y posteriores asesinatos de mujeres– los isleños se dedicaron a abrir «el estómago de mujeres embarazadas para clavarles la bayoneta a los fetos» .

Resalta Rees que, también durante la invasión de China, en otra ocasión en la que los soldados «buscaban la manera de divertirse» tomaron la decisión de coger a una joven de 27 años y, como explicó el soldado Enomoto , prenderla fuego por el simple gusto de ver como moría .

Este mismo sujeto, también decidió en su momento matar a sangre fría al progenitor de una niña de 15 años . La razón fue, según sus palabras, que «quería violarla, así que me dije que si aquel hombre era su padre no le haría ninguna gracia» . Tras forzar a la joven acabó asesinándola también sin el más mínimo pudor.

Siendo cuestionado Enomoto, tras la guerra, acerca de su carencia de sentimiento de culpa a propósito de los sucesos ocurridos durante la campaña china, este respondió: «Estaba luchando en nombre del emperador. Él era un dios. Y, en nombre del emperador, podíamos hacer contra los chinos lo que se nos antojara» .



Canibalismo y experimentación


Fue el profesor Yuri Tanaka quien, en la década de los 90, tiró de la manta dejando al descubierto los casos de canibalismo entre las tropas de Hirohito . Según las palabras del mismo: «El canibalismo era una práctica mucho más habitual de lo que se había creído» .

Masayo Enomoto


Si pensamos (y con razón) que la Alemania nazi realizó los más grotescos experimentos con las minorías que poblaban los campos de concentración, sus aliados asiáticos no les andaban a la zaga –ni muchísimo menos– en lo que a inhumanidad se refiere. Sobradamente documentados están los ataques contra poblaciones civiles a las que «fumigaban» con todo tipo de patógenos (malaria, cólera, lepra), así como los experimentos a lo Josef Mengele que realizaban tanto con enemigos capturados como con civiles.

Hambre e ingeniosas torturas


Cuando tuvo lugar la rendición , los testimonios y la situación de aquellos que habían estado sometidos a la esclavitud pusieron de relieve la mezquindad de los «Buntai Joe» (supervisores) de los campos y del resto de captores. El trato que daban al preso consistía en palizas, amputación de miembros, inanición y falta de suministros médicos . Los abusos, tales como los anteriormente descritos, formaban parte del día a día de todos aquellos que iban a parar a las minas de carbón del barón Mitsui o a cualquiera de las fábricas repartidas por la geografía japonesa.

Son los propios afectados quienes, en el libro escrito por George Weller « Nagasaki: Las crónicas destruidas por MacArthur », explican varios de los crueles castigos que se les infligía. Uno de estos desdichados hombres describe como les obligaban a « beber grandes cantidades de agua y luego saltaban sobre sus estómagos ». A otros los « dejaban sin conocimiento a base de golpazos y descargas eléctricas » o bien los golpeaban con porras y varas de bambú «porque con ellas podían alcanzarte mejor y les hacía sentirse más grandes».

A propósito de los trabajos forzados que tenían que realizar los presos aliados en los campos nipones –a los cuales ya llegaban en condiciones cuanto menos mejorables tras sufrir marchas de la muerte como la de Batán (1942) – estos sobrepasaban con mucho lo que cualquier ser humano es capaz de soportar durante un tiempo prolongado. Así nos encontramos con jornadas interminables en minas o en fábricas, en situaciones paupérrimas y con abusos constantes. Uno de estos soldados aliados esclavizados describe en el libro de Weller esta época como «años de tortura, indescriptibles para el mundo civilizado» .

Entre las «anécdotas» acerca de los campos japoneses que aparecen en la obra de Weller, destaca la que hace referencia al demente teniente primero Murao que empleaba el béisbol como método de tortura .

Este carcelero era un auténtico seguidor del «mayor pasatiempo americano» , tanto que tuvo la ingeniosa idea de crear su propia «liga» utilizando en la misma a los desnutridos presos como jugadores . Además, como se señala en el libro, ni siquiera escogió a aquellos que estaban en mejores condiciones, sino que comenzó empleando a los que se encontraban en el hospital del campo donde él trabajaba como médico.

El presenciar a un montón de maltrechos americanos -que en algunos casos estaban 30 kilos por debajo de su peso - arrastrándose (literalmente) por un improvisado campo de béisbol mientras un sádico «entrenador» japonés con gorra daba órdenes y tomaba apuntes, debía provocar una sensación que se encontraba entre lo surrealista y lo macabro .


Bandera imperial


La locura del «coach» llegó tan lejos que hizo planes para construir nuevos hospitales y así contar con más miembros en su «equipo» de cadáveres andantes . Sin embargo, sus absurdos planes tuvieron como resultado su salida del campo de prisioneros.

Los jefes de Murao debieron pensar que era mejor matarlos trabajando que haciendo deporte .

Aunque parezca mentira, la dura vida de los prisioneros anteriormente relatada suponía un lujo en comparación a la suerte que les tocó correr a otros . Según Beevor, los médicos japoneses llegaron a hacer disecciones a soldados aliados estando estos aún vivos . Otros incluso fueron devorados por el enemigo cuando había carencia de suministros.

«La bomba no destruyó lo suficiente»


No fueron pocos los soldados esclavizados aliados que mostraron sin tapujos su felicidad tras la caída de las bombas en Hiroshima y Nagasaki, según los testimonios recogidos en el libro «Nagasaki» . Encontramos así afirmaciones como: «La bomba atómica no mató ni a la mitad de los que debió haber matado» o «la bomba atómica fue un regalo del cielo, pero no destruyó lo suficiente» .

El sufrimiento y los castigos infligidos a aquellos a los que se les había despojado del más mínimo rastro de dignidad humana tocó a su fin con la rendición japonesa.

«La bomba atómica no mató ni a la mitad de los que debió haber matado»

Soldado estadounidense


En palabras del primer ministro Tojo , recogidas en «Instrucciones para el servicio militar», se da una idea acerca de la opinión que se tenía –previamente al ataque nuclear– desde el gobierno acerca de la posibilidad de abandonar las hostilidades. El dirigente del país asiático se refirió al soldado japonés en los siguientes términos:

«No sobrevivas en la vergüenza como prisionero. Muere, para asegurarte que tras de ti no has dejado rastros de ignominia» .


Firma de la rendición japonesa en el buque «Misuri» 


«Nada por lo que disculparse»


A pesar de los evidentes crímenes y atentados contra la Convención de Ginebra llevados a cabo por el Imperio del Sol Naciente, no son pocos los nipones que, aún a día de hoy, no reconocen los aberrantes delitos de sus soldados . Con respecto a esto, Rees hace mención en su libro a que, en sus muchos viajes al país asiático, se ha encontrado con personas que han afirmado que «los japoneses no hicieron nada en la guerra por lo que deban disculparse» .

En este mismo sentido, y ahora haciendo mención al testimonio de un veterano del país asiático, este explica: «No me siento culpable de lo que hice porque, en la guerra, la gente no puede actuar de un modo normal» .


Fuente: https://www.abc.es/historia/abci-crimenes-guerra-y-atrocidades-niponas-durante-segunda-guerra-mundial-201707250044_noticia.html



dp 



Nota de dp: Emperador Hirohito (1901/1989). A partir de 1979 fue el único y último considerado Emperador en el mundo. Reinó por 62 años. Aún es controversial su no destitución una vez finalizada la guerra en 1945.


domingo, 17 de marzo de 2024

EL LIBRO IMPOSIBLE DE LEER COMPLETO




Existe un libro que nadie podrá terminar de leer en su vida y que tan solo cuenta con 10 páginas.


En 1960, el escritor francés Raymond Queneanu, presentó el que probablemente sea el libro más extenso del mundo.


Se trata de Cent mille miliards de poémes (Cien mil millones de poemas), y apenas ocupa diez páginas, que contienen cada una un soneto. Los versos mantienen todos la misma rima y están cortados en tiras, de modo que pueden combinarse con los de otros sonetos. Así, el número total de combinaciones posibles que contiene el libro es de 10 elevado a 14, es decir, cien mil millones de poemas distintos.


Eso implica que nadie nunca podrá leer el libro entero por mucho que se empeñe, ya que se tardarian varios millones de años en casar todos los poemas, eso sin comer, ni dormir, ni leer revistas ni nada. ¡Todo en solo diez páginas!


Cualquier mezcla que hagamos formará un soneto con sentido, atendiendo a las estrofas, el ritmo y la rima, además, es muy probable que tomando un poema al azar el lector sea el primero en leerlo ya que, según afirmaba el propio Raymond Queneau, si se nos toma unos 45 segundos en leer un soneto y otros 15 en preparar el siguiente, para leer todas las combinaciones tardaríamos aproximadamente unos docientos millones de años.



Fuente: del muro de Fb de Gabriel Fernández



dp 




viernes, 15 de marzo de 2024

EL EXILIO DE ROSAS





Hace 147 años falleció el hombre que había manejado con mano de hierro el país por un cuarto de siglo. Para los lugareños fue un personaje pintoresco, que tomaba mate y montaba a caballo ataviado como un gaucho de las pampas. Los detalles de cómo fue la repatriación de sus restos en 1989.


Por Adrián Pignatelli


Para el anciano general argentino, el de las costumbres extrañas de las lejanas pampas que se empecinó en llevar a su granja de 140 acres, su hija Manuelita no era más que una ingrata. Se había casado y lo había dejado solo. La mujer, de 35 años, vivía desde octubre de 1852 con su esposo Máximo Terreno en South Hampstead, al norte de Londres. Se escribían semanalmente y dos veces al año junto a sus hijos Rodrigo Tomás y Manuel Máximo y a su marido recorría los 120 kilómetros para pasar unas semanas junto a su padre, Juan Manuel de Rosas, todo un gaucho argentino en pleno campo inglés.

Disputa con sus hijos


Para Rosas, era su única hija, ya que el varón, Juan Bautista, que también lo había acompañado en el exilio junto a su familia, en 1855 había resuelto volver a Buenos Aires. Tan contrariado estaba Rosas que no fue a despedirlo. No recibiría ninguna ayuda de su hijo, a quien le echaría en cara todo lo que le había dado en su momento.


Burgess Farm, la vivienda que Rosas alquilaba, a unos 10 kilómetros de Southampton. Allí murió en 1877


Con su hija había sentido algo similar. Tomó como una traición su casamiento, al punto que no asistió a la boda y en cartas a allegados se lamentaba que “me ha dejado abandonado”, y también se le escuchó un “me ha faltado, me ha dado un pesar, se ha casado”. No entendía por qué lo hacía a esa edad, más cuando según él, le había prometido que no lo haría.

Rosas vivía al día y se alimentaba de lo que producía en la granja que alquilaba en Swanthling, a unos kilómetros de Southampton, sobre el camino a Londres. Se negaba o directamente ignoraba las invitaciones a recepciones porque no tenía qué ponerse. Había quedado en el pasado las visitas que intercambiaba con su amigo Lord Palmerston, a quien había nombrado su albacea y que ya había fallecido. Otros que solían visitarlo eran el cardenal Wiseman y el reverendo Mount.

Había dejado la casa que ocupaba en la ciudad en 1862 y esa granja se transformó en su residencia definitiva.


Un hombre del campo inglés


A las ocho de la mañana comenzaba su jornada de trabajo que interrumpía una hora al mediodía para almorzar. Iba acompañado de un niño negro quien le cebaba mate. Luego seguía hasta las cinco de la tarde, tiempo en que se ponía a escribir, preferentemente con lápiz. Tenía varios con la punta preparada, para no perder tiempo.

En Argentina le habían confiscado sus propiedades. La legislatura lo declaró en 1857 “reo de lesa patria”. No tenía contacto con su familia ni con su hermano Prudencio, que vivía holgadamente en un palacete en Sevilla. Se animó a escribirle a Justo José de Urquiza por su situación, y éste lo ayudó económicamente. Lo seguiría haciendo su viuda, cuando el entrerriano fue asesinado en 1870.

En el dormitorio de su granja guardaba papeles, documentos y libros que había logrado rescatar cuando dejó Buenos Aires. Decía que los ayudarían a defenderse de las acusaciones de sus enemigos.


Rosas siempre fue un personaje algo pintoresco para los lugareños. Lo recordaban montado a caballo y con esa extraña costumbre de tomar mate, hábito que logró imponer entre los ingleses del lugar. El idioma había empezado a estudiarlo junto a su hija Manuelita en el barco que lo llevó a Gran Bretaña y siguió con lecciones en el hotel que ocuparon en Southampton. Según Alberdi, quien lo conoció en esa época, dijo que lo hablaba mal pero de corrido.

A sus 83 años salía todas las mañanas al campo a trabajar, a pesar de sus problemas de gota. Había caído en cama por haber salido el sábado 10 de marzo y lo que fue en un comienzo un simple enfriamiento, se complicó.

Lo asistió su vecino y amigo, el doctor John Wiblin. Hicieron llamar a Manuelita, quien llegó lo antes posible. Su marido estaba en Buenos Aires. Ella no se separó de la cama del enfermo.

Se tranquilizó cuando el martes 13 su padre amaneció un poco mejor. Sin embargo, en las primeras horas del miércoles, su hija dormitaba junto a su cama y lo besó como acostumbraba. En ese momento, la joven notó que Rosas tenía la mano muy fría.

Sus últimas palabras


- ¿Cómo se siente, tatita?

- “No sé, m’ hija”.

Fueron sus últimas palabras. Rosas murió en su exilio inglés el 14 de marzo de 1877. En dos semanas iba a cumplir 84 años.

El lunes siguiente fueron los funerales en el cementerio local. El 24 el Southampton Times & Hampshire Express publicó una breve necrológica, que informaba que “su excelencia” el general Juan Manuel de Rosas había muerto de inflamación en los pulmones.

El féretro de roble inglés macizo y lustre francés, cubierto por un paño negro que tenía una cruz blanca, fue acompañado por dos coches fúnebres. Fue una ceremonia corta, de la que participaron unos pocos allegados. Se cumplió su deseo, de que en su despedida al más allá solo se rezase una misa.

En Buenos Aires, al llegar la noticia, viejos federales salieron a manifestar, lo que dio lugar a que otros tantos viejos unitarios que habían sufrido la persecución rosista y el exilio, hicieran lo mismo y tuvieran como blanco el sepulcro de Juan Facundo Quiroga en La Recoleta, donde intentaron enlazar por el cuello a la Dolorosa, la escultura que coronaba la tumba. El gobierno prohibió a los familiares de Rosas rezar una misa en su memoria.


La residencia que mandó a construir en los actuales bosques de Palermo. Fue dinamitada en 1899



La disputa por las huellas de Rosas



En la madrugada del 3 de febrero de 1899 su caserón de Palermo fue dinamitado y el extenso parque que lo rodeaba pasó a llamarse Tres de Febrero, fecha que recordaba la batalla de Caseros. El 25 de mayo de 1900 un busto del ex presidente Sarmiento fue colocado en el centro de lo que había sido la residencia del ex gobernador de Buenos Aires.


Desde entonces, hubo varios intentos y proyectos de repatriar sus restos. El 30 de octubre de 1973 la misma legislatura que lo había condenado retiró los cargos, hubo un proyecto en el tercer gobierno de Juan Perón que por la muerte del líder justicialista se frustró. Recién en el comienzo del gobierno de Carlos Menem se concretó.

El 21 de septiembre de 1989, a las tres de la tarde, se realizó la exhumación. Presenciaron el desentierro su tataranieto Martín Silva Garretón y Manuel de Anchorena. El féretro estaba en un nicho de mampostería, debajo de los de su hija Manuelita y su yerno Máximo Terrero. El trabajo demoró horas y se usó una pala mecánica para excavar. Tenía la tapa deteriorada. La inexperta manipulación había provocado la destrucción de algunos huesos. Los restos se pasaron a otro ataúd y fueron llevados a la funeraria Mallum.

La vuelta de Rosas a la Argentina


El viernes 22 por la tarde el Boeing 707 de la Fuerza Aérea que llevaba los restos aterrizó en el aeropuerto francés de Orly, en el sector reservado a los jefes de Estado. Habían colocado una alfombra roja y banderas argentinas y francesas a media asta. El féretro de madera clara estaba cubierto por dos banderas, la azul y blanca federal y la celeste y blanca, la misma que hasta el 2 de abril de 1982 había flameado en la entrada de la embajada argentina en Londres. Acompañaban los restos miembros de la Comisión Nacional de Repatriación, con Julio Mera Figueroa a la cabeza. Un grupo de gremialistas que se encontraba en Europa depositaron un poncho punzó sobre el ataúd.

El 27 de septiembre se abrió el féretro ante la presencia de sus descendientes. Los huesos, desarticulados, eran de color castaño y muchos estaban casi destruidos. El cráneo estaba volcado hacia la derecha y la mandíbula aún aprisionaba una dentadura postiza. Era todo lo que quedaba del que durante un cuarto de siglo había gobernado con mano de hierro la Confederación Argentina. Se hallaron además un crucifijo de madera y un plato de porcelana, que podría haber sido usado para colocar agua bendita durante el velatorio.


De Francia, el vuelo hizo escala en las islas Canarias y en Recife. El 30 de septiembre por la mañana llegó a Rosario, donde se hizo un acto en el Monumento a la Bandera, con misa y con la presencia de descendientes directos. Allí Carlos Menem pronunció su primer discurso como presidente e hizo una apelación a la unidad nacional. “Al darle la bienvenida al Brigadier General don Juan Manuel de Rosas también estamos despidiendo a un país viejo, malgastado, anacrónico, absurdo (…) En la unidad nacional nadie está obligado a renunciar a sus ideas ni a su juicio histórico; en la unidad nacional nadie está obligado a claudicar en sus opiniones sobre nuestro pasado”.

En el buque de la Armada Murature fue llevado por el Paraná hacia Buenos Aires. Una parada de rigor fue en la Vuelta de Obligado, escenario del emblemático combate contra ingleses y franceses.

El 1 de octubre llegó al puerto de Buenos Aires y un multitudinario cortejo de jinetes vestidos a la usanza federal acompañó el féretro a su destino final, la bóveda de los Ortiz de Rozas en el cementerio de La Recoleta.

No se cumplió la premonición de José Mármol de que “ni el polvo de sus huesos esta tierra tendrá”. En noviembre de ese año se inauguró un monumento con su figura que mira fijo al busto de su acérrimo opositor, Sarmiento, levantado en medio de lo que era su caserón en Palermo. Y el ya viejo billete de veinte pesos llevó el rostro de ese anciano ermitaño, que vestía como gaucho y que se quejaba que sus hijos lo habían abandonado.


Nota de dp: Figura tan controversial. Profundamente anti masón. Pero su pragmatismo, tan típico de los dictadores, marcó la designación de varios masones entre sus colaboradores más cercanos. Además se exilio en Inglaterra, país al que combatió por las armas y el "más masón del mundo". Ahí también se ayudado económicamente por altos dignatario de la masonería inglesa. 


dp


Su tumba en Inglaterra